Vamos por partes. Lo primero y fundamental: revisar mi curriculum vitae para asegurarme de que está actualizado y correcto:
- Datos personales: Nombre completo, dirección, teléfono de contacto (uno o dos), e-mail y mi perfil en linkedin. Por cierto, ¿pongo la fecha de nacimiento? ¡qué dilema!
- Una foto actual y profesional, que no parezca que estoy tomando el sol en la playa con los amiguetes.
- Formación académica: la reglada, claro. Con el centro donde lo realicé y fechas en que lo cursé.
- Experiencia profesional: en mi caso, este apartado es bastante largo. Cuando una ha trabajado en más de 10 empresas, ¿cómo ponerlo sin aburrir? Solución: Síntesis, síntesis, síntesis… Nombre de empresa, puesto, fechas de inicio y fin, y un breve resumen de mis funciones.
- Formación complementaria: Como tengo unos cuántos cursos sigo el mismo criterio: síntesis, síntesis, síntesis, que si no, no se lo leen, y pongo en negrita lo que quiero que vean antes. Nombre del curso, fecha, entidad que lo impartió y número de horas.
- Idiomas, informática, carné de conducir…
- ¡No voy a poner mis hobbies! ¿Bloguera?… No.
Creo que ha quedado muy bien:
Corto, ordenado, con calidad, letra legible (legible sí, porque hay letras de ordenador que no las reconoce ni el corrector ortográfico), sin faltas de ortografía, ameno… ¡me siento orgullosa de mi criatura! No obstante, pasará el control de, al menos, un orientador laboral. Si si, ya sé lo que me vais a decir, que yo soy orientadora laboral, pero, ¿acaso los médicos no pasan un chequeo médico que les hacen otros colegas? pues lo mismo, siempre viene bien una segunda opinión “médica”.
