Hay que
decir que, cuando te quedas desempleada, los primeros meses vienen muy bien para hacer muchas cosas que el tiempo dedicado al
trabajo impide o retrasa.
Por ejemplo, ir a revisiones médicas o realizar limpiezas profundas (profundísimas) de la casa. Cuando hablo de limpieza profunda no es sólo pasar el aspirador. No, yo me refiero a quitar
objetos inútiles y papelotes acumulados desde hace décadas (o desde la última
vez que me quedé en paro). ¡Qué relajada me quedo después de una de esas
limpiezas! Dejarlo todo en orden, ¡qué placer! Claro que luego me toca
enfrentarme a las consecuencias. Todo el mundo en casa preguntándome después:
“¿Dónde está el resguardo del seguro del coche? ¿Y el libro que me estaba
leyendo? ¿No habrás tirado mis apuntes de la carrera?” Pues sí, quizá se me va un
poco la mano con el orden, pero ¿para qué quieres unos apuntes de hace 15 años?
Hay que reconocer que la tarea es de lo más productiva. Alguien lo tiene que hacer, ¿no? o ¿acaso las casas se pueden llegar a estirar como el chicle? Al menos en la mía se acumula una cantidad ingente de objetos inútiles, o que
simplemente no se usan para nada. Así que estoy pensando en enviar mi curriculum como… bueno,
lo voy a llamar: “Experta en técnicas para la ordenación de hogares”. Está claro
que no tengo nada que hacer si en el nombre del puesto no aparece un “técnico”,
“experto” o “manager”. Aunque con lo apegados que somos a nuestras cosas, no
creo que tuviera mucho éxito.
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